miércoles, 28 de julio de 2010

LA MUJER PIRATA






Mary Read nació en Inglaterra; su madre se había casado joven, con un hombre de la mar, quien antes de emprender un viaje poco después de su matrimonio, la había dejado embarazada, y dio a luz a un niño.
 Del marido, si naufragó o murió durante el viaje, Mary Read no llegó a saber nada nunca; el caso es que no regresó. Por ello, tal vez, la madre, que era joven y alegre, sufrió un percance de los que frecuentemente suceden a las mujeres que son jóvenes, y no toman las oportunas precauciones, y fue que pronto volvió a quedar embarazada, sin un marido al que atribuir la paternidad, aunque nadie mejor que ella podía decir cómo o con quién había estado, pues tenía bastante buena reputación entre sus vecinos.


Al ver que su embarazo avanzaba y a fin de ocultar su vergüenza, se despidió formalmente de los parientes de su marido porque, dijo, quería vivir con unos amigos en el campo: y se marchó, llevándose consigo al niño, que por entonces no había cumplido aún el año. Poco después de su marcha el niño murió, pero la Providencia, en compensación, tuvo a bien concederle una niña en su lugar, a la que dio a luz felizmente
en su retiro, y ésta iba a ser nuestra Mary Read.

Aquí vivió la madre tres o cuatro años, hasta que se le acabó el dinero; entonces pensó en volver a Londres, y considerando que la madre de su marido vivía acomodadamente, no dudó de que la convencería para que mirase por la criatura, si conseguía hacerla pasar por la que ella había conocido, aunque sustituir a un niño por una niña no resultaba empresa tan fácil, y engañar a una vieja con la suficiente experiencia resultara completamente imposible.

Sin embargo, se arriesgó a vestirla de niño, la llevó a la ciudad y se la presentó a su suegra como el hijo de su desaparecido esposo. La anciana quiso tomarlo y criarlo, pero la madre argumentó que tal separación le destrozaría el corazón; así que acordaron que la criatura viviría con la madre, y la supuesta abuela le pasaría una corona a la semana para su manutención.


De ese modo, la madre se salió con la suya, crió a su hija como a un niño, y cuando alcanzó algún conocimiento, consideró conveniente confiarle el secreto de su nacimiento, para inducida a ocultar su sexo. Pero esto sucedió después de que la abuela muriera y de que con ello cesara el medio de subsistencia que provenía de tal fuente, así que se vieron cada vez más reducidas en su estrechez y la mujer se vio obligada a desprenderse de su hija, para enviada con una dama francesa en calidad de sirviente cuando sólo contaba trece años de edad.




No permaneció mucho allí, pues cada vez más atrevida y
rebelde, y dotada a la vez de cierto espíritu aventurero, se enroló en un buque de guerra, donde sirvió algún tiempo. Luego lo abandonó, y marchó a Flandes para alistarse como cadete en un regimiento de infantería, y aunque en todas las acciones se comportaba con gran bravura, no obtuvo ninguna comisión, pues generalmente éstas se compraban y vendían; así que abandonó el servicio e ingresó en un regimiento de caballería.
Su excelente comportamiento en varios combates le granjeó la estima de todos sus oficiales; pero ocurrió que era su más estrecho camarada, un tal Fleming, un joven apuesto de quien
no tardó en enamorarse, y a partir de entonces, se volvió algo
descuidada respecto de sus deberes, como si, por lo visto, no
pudieran ser bien atendidos Mane y Venus a un mismo tiempo: sus armas y equipo, que siempre habían estado en perfecto orden, aparecían ahora completamente abandonados.


Es cierto que cuando a su camarada le ordenaban partir con un grupo, ella solía acompañarles sin que se lo ordenasen, y frecuentemente se metía en el peligro, sin que nadie la llamase, sólo para poder estar cerca de él; el resto de los soldados, que no sospechaban cuál era la secreta causa que la movía a portarse de este modo, creían que estaba loco, y su propio compañero no se explicaba tampoco su extraño cambio; pero el amor es ingenioso, y como dormían en la misma tienda, y estaban siempre juntos, ella encontró el medio de dejarle descubrir su sexo, sin que pareciese que lo hacía premeditadamente.


Se quedó él tan sorprendido ante el descubrimiento como complacido, dando por supuesto que dispondría de una querida únicamente para sí, lo cual es algo insólito en un campamento, donde suelen ser escasas entre ese tipo de damas de campaña las que se muestran fieles a una tropa o compañía; de forma que no pensó en otra cosa que en satisfacer sus pasiones con muy poca ceremonia. Pero no tardó en comprobar lo equivocado que estaba, pues ella se mostró tan reservada y modesta que resistió todas sus tentaciones, y al mismo tiempo, tan servicial y ensimismada en su persona, que le hizo cambiar completamente de propósito: de querer convertirla en su concubina pasó a pretenderla como esposa.


Esto era precisamente lo que ella más deseaba en el fondo de su corazón; y así, cambiaron sus promesas: cuando terminó la campaña y el regimiento marchó a su cuartel de invierno, compraron un vestido de mujer para ella con el dinero de ambos, y se casaron públicamente.



La historia de la boda de los dos soldados produjo mucho revuelo; hasta tal punto, que varios oficiales, movidos por la curiosidad, asistieron a la ceremonia, y acordaron hacer un pequeño regalo a la novia para decoración de la casa, en deferencia a que había sido una compañera de armas. Tras esto, ambos cónyuges mostraron el mismo deseo de dejar el servicio, y establecerse en la vida civil; la aventura de su amor y su matrimonio les había granjeado tantos favores, que enseguida
obtuvieron su licencia, e inmediatamente pusieron un figón u hostería, de nombre "Las Tres Herraduras", cerca del castillo de Breda, al que pronto convirtieron en un próspero negocio, pues muchos oficiales acudían allí a comer frecuentemente.


Pero aquella felicidad no duraría mucho, porque al poco moría el marido, y firmada la paz de Ryswick, se acabaría la concurrencia de los oficiales en Breda, como hasta entonces, con lo que la viuda, frente a tan escaso negocio, se vio obligada a vender el figón; y tras gastar poco a poco su hacienda, adoptó nuevamente la indumentaria de hombre y se fue a Holanda, donde se alistó en un regimiento de infantería, acuartelado en la frontera. No permaneció tampoco aquí mucho tiempo, ya que no había probabilidades de promoción en tiempo de paz, decidió buscar fortuna de otro modo, abandonó el regimiento y embarcó en un buque con destino a las Antillas.


Y sucedió que el barco fue apresado por piratas ingleses, y que siendo Mary Read la única persona inglesa a bordo la retuvieron con ellos hasta que, después de saquear el barco, la dejaron en libertad. Mary Read se unió a la piratería. Tras permanecer en este negocio durante algún tiempo, se hizo público el edicto del rey que se difundiría por todas las Indias Occidentales perdonando a aquellos piratas que se entregaran voluntariamente en un plazo fijado. La tripulación de Mary Read se acogió al beneficio de aquel decreto, y se establecieron pacíficamente en la costa; pero al empezar a escasear de nuevo el dinero, llegó a sus oídos que el capitán Woddes Rogers, gobernador de la isla de Providence, estaba armando algunos barcos corsarios para combatir a los españoles, y ella, con varios otros, embarcaron hacia aquella isla a fin de emprender el negocio del corso, dispuesta a hacer fortuna de una manera o de otra.




Es verdad que Mary Read declaró muchas veces que la vida de pirata era algo que siempre había detestado, y que sólo se había enrolado, en esta y otras ocasiones, por pura necesidad, con intención de dejar esa vida en cuanto se le ofreciese la ocasión; sin embargo, en su juicio hubo algunos testimonios en su contra, por parte de algunos secuestrados que habían navegado con ella, quienes declararon bajo juramento que en los combates nadie de entre los piratas se mostraba más decidida, ni dispuesta al abordaje o a emprender cualquier acción arriesgada que ella y Anne Bonny. Sobre todo cuando fueron atacados y apresados, pues en el abordaje, nadie permaneció en cubierta excepto Mary Read, Anne Bonny y otro pirata; y que ella, Mary Read, gritó a los que abordaban que subiesen y luchasen como hombres, y viendo que ninguno se movía, disparó sus armas hacia la bodega, sobre ellos, matando a uno e hiriendo a varios más.



Ésta fue la principal prueba en su contra, extremo que ella negó. Cierto o no, lo que sí era verdad es que no le faltaba bravura, ni su modestia resultaba menos extraordinaria, según sus nociones de virtud; porque ninguna persona sospechó de su sexo a bordo hasta que Anne Bonny, que no debía ser tan reservada en lo referente a la castidad, mostró predilección por ella; en definitiva, que Anne Bonny la había tomado por un apuesto joven y por alguna extraña razón que sólo ella conocería le desveló primero su sexo a Mary Read.


Al darse ésta cuenta de sus intenciones y comprendiendo muy bien su propia impotencia en ese extremo, se vio forzada a sincerarse con ella y, para gran desdicha de Anne Bonny, le confesó que también ella era mujer. Pero estos devaneos trastornaron de tal modo al capitán Rackham, que por entonces era el amante y galán de Anne, que se mostró enormemente celoso, tanto que le dijo a su enamorada que estaba dispuesto a cortarle el cuello a su nuevo amante. Así es que, para tranquilizarle, también a él hubo de contársele el secreto.


El capitán Rackham , una vez sobre aviso, guardó el secreto ante el resto de la tripulación; sin embargo, a pesar de su discreción y reserva, el amor volvió a sorprender a Mary en su disfraz y le impidió olvidarse de su sexo. En el viaje apresaron gran número de barcos de Jamaica y de otros puntos de las Indias Occidentales que seguían la ruta de Inglaterra; y cada vez que se topaban con un buen artista o cualquier otra persona que pudiera ser de utilidad a la tripulación, si no la encontraban dispuesta a unirse a ellos, era costumbre retenerla a la fuerza. Entre éstos, había un joven de refinados modales, muy atractivo a los ojos de Mary Read, que enseguida quedó tan prendada de su persona y su encanto que no logró encontrar sosiego ni de día ni de noche.



Pero como nada hay más ingenioso que el amor, no fue asunto difícil para alguien como ella, que ya tenía práctica antes tales argucias, encontrar el medio de hacerle descubrir su sexo; primero se insinuó para agradarle, hablando en contra de la vida de pirata, a la que era completamente opuesta, de forma que no tardaron en hacerse compañeros de rancho y estrechos camaradas; y cuando vio que él le había cobrado afecto como hombre, permitió que descubriese su secreto mostrándole con toda naturalidad sus pechos, que eran muy blancos.


El joven, que era de carne y hueso, sintió crecer su curiosidad y deseo hasta tal punto que no dejó de importunada hasta que ella le confesó quién era. Entonces empezaron las escenas de amor; como a él le había gustado y había sentido simpatía por ella bajo su supuesta apariencia varonil, con mayor motivo su afecto se volvió ahora deseo vehemente.


La pasión de ella no era menos compulsiva y se la mostró a través de una de las más generosas acciones que nunca ha inspirado el amor. Ocurrió que este joven tuvo un disputa con un pirata, y estando el barco entonces fondeado frente a una isla, acordaron bajar a tierra y luchar, según la costumbre de la piratería. Mary Read se sintió angustiada y ansiosa en extremo por el destino de su amante: por una parte, no le habría dejado rechazar el desafío pues no podía soportar la idea de que se le tachase de cobarde; por otro lado, le asustaba el desenlace; y comprendía que el adversario podría ser demasiado fuerte para él. Cuando entra el amor en el pecho de quien tiene una chispa de generosidad, mueve al corazón a las más nobles acciones; en este dilema, pues, ella demostró que temía más por la vida de él que por la suya propia, porque tomó la resolución de ser ella quien se enfrentase con aquel otro sujeto, y desafiándole a bajar a tierra concertó el combate dos horas antes que el apalabrado con su amante, y así, peleando a espada y pistola, logró matado.


Es cierto que se había enfrentado a duelo antes, cuando había sido insultada por alguno de sus compañeros, pero ahora se trataba de la causa de su amante, y se había interpuesto, por así decirlo, entre él y la muerte, como si no supiera vivir sin él. Si el joven no le hubiera tenido en tanta estima con anterioridad, sin duda que esta acción lo habría unido a ella definitivamente.


Pero no hubo esta vez ocasión para mayores compromisos y obligaciones, ya que su pasión era más que suficiente, hasta el extremo de que se hicieron promesa mutua de matrimonio, un matrimonio que Mary Read consideraba tan auténtico como el que hubiera celebrado un ministro de la iglesia. A todo ello se unía el estado de avanzada gestación que ella alegaría más tarde para salvar su vida.


Declaró que jamás había cometido adulterio ni fornicación con ningún hombre, alabó la justicia del tribunal, ante el que fue juzgada, por distinguir la naturaleza de sus crímenes, y absolver a su esposo, como ella lo llamaba, junto con varios otros; y al serle preguntado quién era, no quiso decido, aunque afirmó que se trataba de un hombre honesto, que no tenía inclinación hacía tales prácticas delictivas, y que ambos habían decidido abandonar a los piratas en la primera oportunidad que tuvieran y dedicarse a algún medio de vida honrado.




No hay duda de que muchos sintieron compasión por ella, aunque el tribunal no pudo evitar el declarada culpable; pues, entre otras cosas, se atestiguó contra ella que al ser apresada por Rackham, y llevar algún tiempo a bordo, entró éste accidentalmente en conversación con Mary Read, a quien había tomado por un joven, y le preguntó qué placer podía tener embarcándose en tales empresas cuando su vida estaría continuamente en peligro, bien por el fuego o por la espada; y no sólo eso, sino que podía estar segura de que tendría una muerte ignominiosa si la apresaban viva. Ella contestó que en cuanto a la horca, no la consideraba muy dura, pues, de no ser por eso, todos los cobardes se harían piratas e infectarían los mares hasta el extremo de que los hombres de valor se morirían de hambre; que si se dejase a elección de los piratas, no habría otro castigo sino la muerte, cuyo temor mantendría a algunos ladrones honrados por cobardes; que muchos de los que ahora estafaban a las viudas y los huérfanos y oprimían a los pobres vecinos que no tienen dinero para obtener justicia, saldrían a la mar para robar, y el océano estaría lleno de ladrones, como lo estaba la tierra, y ningún mercader se aventuraría a salir; de modo que en poco tiempo, no merecería la pena emprender comercio alguno.


Viendo que no tardaría en dar a luz, como se ha dicho, aplazaron su ejecución; y es posible que hubiese logrado el favor del juez, pero poco después del juicio le atacaron unas fiebres virulentas de 
las que murió en prisión.

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